La Ruta de Mirta Toledo

30.10.2017

Presentamos el apasionante cuento "La Ruta" de la artista y escritora argentina Mirta Toledo

Siempre me refugio dentro del auto. Lo pongo en marcha y acelero. Quiero escapar de peligros, reales e imaginarios. Suelo ser exitosa en la empresa porque conduzco bien. Tan bien que la policía no puede alcanzarme. Soy como un águila en vuelo avisorando la ruta, buscando patrulleros escondidos para disminuir la marcha, alejarme y volver a acelerar.

La velocidad me da placer. Mi cuerpo se transforma por la aceleración y el sufrimiento desaparece. Ya no siento ningún dolor, sólo una energía insospechada que parece nacer del contacto de mi pie derecho con el acelerador y la música que sale de la radio a máximo volumen, penetrando en mi cerebro a través de mis tímpanos: perforándolo, ametrallándolo, con el aire del ventilador sobre mi rostro, haciendo volar mis cabellos junto con mis pensamientos obsesivos, que desaparecen por momentos.

Estoy adentro, muy adentro del auto a salvo y nadie me puede alcanzar. Nadie. Ni yo misma me puedo alcanzar. Voy hacia la nada, hacia el orgasmo final que tendré cuando me estrelle, para ver por fin cómo se desintegra este cerebro mío que tanto me tortura.

De repente doblo en una izquierda pronunciada, en la esquina errónea, donde todos los carteles desaparecen, lo mismo que los edificios. Y al siguiente segundo me encuentro en el medio de un campo donde diviso una sombra gigantesca caminando a la deriva. Luego muchas, gigantescamente iguales. Sombras negras, altivas, seguras en su marcha, siguiendo su destino... Y yo, para variar, todo lo contrario: sola, perdida en un camino que comienza a oscurecer su aire, tiñéndolo igual que el negro alquitrán del asfalto, que se cuela dentro del auto a través de los vidrios transparentes. En ese preciso instante Freddy Mercury me canta que We are the champions my friend!!! We are the champions of the world! y entonces noto la basura que reluce en las orillas donde el pasto se quema con el roce de la carretera . Loosers, polluters continúa diciéndome Freddy mientras baja de una estrella escondida, iluminándome con su voz para sacarme el miedo. Es que aún me queda suficiente conciencia para darme cuenta de que tengo miedo, mucho miedo. Miedo de mí misma. Miedo de sobra. ¡Ay, Freddy! ¡Qué miedo!

No me reconozco y ni siquiera sé dónde estoy... Mucho menos sé hacia dónde se dirigen esas sombras con movimientos de danzas tribales, con sus rostros cubiertos con máscaras. Siguen el ritmo de tu canto, Freddy. En inglés, todo en inglés... ¡El mundo en inglés! Aunque brillen almas de todos los colores, rompiendo el negro impenetrable y monótono de la noche... Esta misma noche que estoy violando con mi auto, penetrándola siempre en un giro a la izquierda, alejándome cada vez más de la ciudad de edificios nítidos, iluminados, familiares, seguros, que me guiarían sana y salva hasta mi casa... Pero todo está en inglés. ¿Es que el mundo se escribe en inglés? ¿Dónde está mi hogar? ¿Es aquí en este país tan al norte el lugar, el que me corresponde?

De pronto se me duermen las rodillas. ¡Y las piernas! ¡Hasta los dedos de los pies! Mis manos transpiran y se duermen también. Me concentro en sus huesos, en el peso de mis anillos y espero que sujeten el volante del auto que se me resbala... El velocímetro marca más de ciento cincuenta kilómetros por hora y ya siento mi lengua como si fuera una ballena varada en una playa desierta, aprisionada por mis dientes, que padecen de ese dolor típico que anticipa el peligro. Igualmente sigo a toda velocidad, porque cuanto más rápido sepa la verdad, mejor. Mis pulmones suenan como tambores africanos, acompasados por el ritmo de mi corazón... Las sombras gigantescas reaparecen...

¡Me desmayo! ¡Siento-que-me-des-mayo! ¡Tengo que hacer algo rápido! ¡Tengo que darme por vencida y doblar a la derecha de una buena vez! Debo llegar a esa casa donde vivo aunque esté muy lejos de mi país. ¡Rápido! ¡Bien rápido! Porque el aire se me escapa, y aunque el ventilador me lo tire en la cara, los orificios de mi nariz ya no funcionan, están cerrados y por culpa de ellos giro a la derecha, pero igualmente estoy a contramano, y todos los autos se me vienen encima...

En ese momento mi cerebro toma la palabra para decirme que debo llevarme por mi intuición, que nunca me fallará. Que siempre me guiará por el rumbo opuesto al que se dirigen los otros, aunque esté sola en el trayecto y me sienta perdida. Que así veré lo que los demás se niegan a observar: los mundos creados por gente diferente. Entonces podré aceptar mi color, mi alma, mi ritmo... Sabré por qué me hundo, y conoceré también el nombre prohibido del lado oscuro que me pierde, ese monstruo tenebroso que me aleja de mí misma y de los demás.

Y por fin me hace la pregunta. Mi cerebro me cuestiona : ¿por qué tengo tanto miedo? Él quiere saber el por qué de mis MIEDOS, de TODOS MIS MIEDOS JUNTOS. ¿Miedo a qué? ¿A ser extranjera? ¿A perderme en una ruta que no me llevará a mi hogar? Una como ésta, exactamente igual a ésta: la ruta que casi me deja sin aire porque estoy perdida en la inmensidad de un campo lleno de pasto seco, donde ni siquiera la estrellas brillan en el cielo... ¡Es que en este lugar la pobreza espiritual es tan grande que ni siquiera hay cielo! Sólo existe un camino que me condena, aunque lo recorra con trabajo, con esmero y con absoluta perseverancia...

Esta ruta es una línea interminable, indivisible, recta, sinuosa, curva, ovalada, cuadrada, romboidal, que me hace volver al principio, para volver a retomarla. Aún sabiendo que voy a perderme nuevamente, que por más que lo intente, pareciera que no podré llegar jamás, porque mi cerebro y la realidad siguen agigantando la brecha. Y aunque mis manos quieran controlar el volante, otros están en control, alejándome de mí misma.

SOBRE LA AUTORA

Mirta Toledo (Argentina) Es Licenciada en Pintura por la Universidad de las Artes. En 1988 emigró a Estados Unidos, donde desarrolló su serie "Diversidad Pura", una celebración a la diversidad cultural, religiosa, étnica y sexual que hay en el planeta. Al mismo tiempo inició su actividad literaria. En 1993 publicó la novela La Semilla Elemental (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, Argentina)y en 1996 el libro de cuentos Dulce de Leche (Torremozas, Madrid, España). Sus relatos fueron publicados en revistas literarias de Argentina, España y Estados Unidos. En 1998 obtuvo La Estrella Award, premio otorgado a Mujeres Sobresalientes en el Arte por el Hispanic Women´s Network. En 2008 se radicó en su país natal, donde prefirió la escritura como herramienta expresiva. Desde entonces concluyó un libro de relatos y una novela aún inéditos.

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