La noche de la fiesta de la ciudad de Juan Pablo Goñi

11.12.2017

Presentamos el cuento "La noche de la fiesta de la ciudad" del escritor argentino Juan Pablo Goñi


Llevaría una hora escribiendo cuando la muchacha me descubrió mirándola. Agaché la cabeza y continué mi relato. O más bien simulé que lo continuaba, especulando con las reacciones de esa joven que había permanecido sin percatarse de mi llegada, con la vista perdida en el cielo nocturno, los brazos caídos ente las piernas abiertas, subiendo el vestido rojo, tensándolo. Ya había descripto su melena, el perfil afilado, la exquisita delicadeza de su figura. Había colocado palabras en sus labios pintados de rojo, la había situado en esa misma peatonal, discutiendo con un amante que no la merecía. Seguí moviendo la lapicera, observándola de reojo. Mantenía sus ojos clavados en mí, la cabeza recta pero las manos abandonadas en la misma posición.

Evalué la posibilidad de alejarme para acabar el relato en casa; ya había capturado su imagen y disponía de un conflicto avanzado. Sin embargo preferí quedarme, no todas las noches una fiesta popular me permitía gozar en soledad de un banco en la peatonal. La ventana de mi cuarto da al norte, debería colocar música y auriculares para aislarme de lo que sucedía en el escenario montado a diez cuadras, ¿acaso no había escapado de esa estridencia para hallar inspiración en un sitio silencioso, sin contaminarme por los gritos banales de los conductores del festival? Obvio que no contaba con el regalo que me ofreció esa muchacha hundida en vaya a saber qué pensamientos, como entregada pese a la audacia que se desprendía de sus tacos agudos y la firmeza de sus muslos.

Fueron esos tacos los que me avisaron que se movía, cuando había hundido mi vista en el repaso de las líneas acabadas. Venía hacia mí, me puse rojo, sentí las mejillas cálidas. Las farolas estaban encendidas, como si el municipio hubiera montado una calle sólo para nosotros. El perfume bastó para embriagarme, intuí que sería caro. Una sombra cubrió el papel, una sombra con rulos. Debía enfrentarla o pensaría que estaba ante un pervertido, un mirón, un voyeur. Una mano en la cintura, la otra bailoteando en su flanco. En su cara no había enojo sino intriga.

     -¿Te inspira la soledad?

La voz era más ronca que la que figuraba en mi relato. Había esperado un tono aflautado; aflautado no, meloso, dulce. En cambio, sonó áspera. Me sorprendió tanto que no me di cuenta que le respondía con la verdad.

     -Tu soledad me inspira.

     -¿Estás escribiendo sobre mí?

Con un movimiento que desdijo la apatía sostenida por sesenta minutos, se deslizó junto a mí, sentándose de costado en el banco de madera. Un brazo pasó tras mi espalda y creí sofocarme al tener cercana la fuente de la que emanaba ese perfume seductor. Tuve sus ojos tan próximos que debí mover la cabeza hacia atrás para no verla bizca. Quería leer; mi letra jeroglífica y la escasa luz se lo impidieron.

    -No escribo sobre vos, invento una historia protagonizada por una mujer sola, en una calle, de noche...

Me estaba enredando y no sabía qué más decir u ocultar. Aún no había dado pistas, ignoraba si la ofendía o la adulaba mi interés.

    -No es sobre mí, sino sobre una mujer sola, sentada en un banco verde, bajo una farola, en una calle peatonal, con un vestido rojo y una melena morocha...

Sobraban palabras en su repetición pero estaban ahí, en el cuaderno; las hallaría de quitármelo y correr. Idiota, ¿por qué me quitaría el cuaderno y correría?

     -No soy yo, es una mujer exactamente igual a mí pero no soy yo, ¿adiviné?

Su boca quedó tan cerca que pude oler el labial a pesar el arma del perfume. En ese punto, no era capaz de negarle nada. Emprendí una defensa desesperada, le expliqué que los escritores nos inspirábamos sí en personas, en acciones, pero eso no quería decir que las copiáramos, sino que a partir de esos datos del mundo real dejábamos deslizar nuestras fantasías en el papel. La mujer me transmitió el calor que partía de su piel aceitunada; repetí frases, caí en redundancias, intentando salvar mi reputación de autor aún no adquirida.

     -¿Y qué pasaría si esa mujer de tu cuento, sola en un banco, descubre un hombre que le gusta, un hombre que está en otro banco y escribe?

     -En ese caso...

Me callé, dudé, busqué una frase que no sonara agraviante y que, a su vez, dejara bien en claro que ese hombre aceptaría cualquier proposición de esa mujer. Vi que sonreía y abrí la boca. Ella se puso de pie, la sonrisa se extendió. Dejé el cuaderno pero mi boca se cerró; la sonrisa seguía pero ya no era para mí. Hechizado, no había advertido los pasos ágiles que se convirtieron en un hombre joven, que abrió los brazos para que la morocha se lanzara entre ellos. Antes de besarlo, me dijo "chau", y me guiñó un ojo. Deslizándose como la graciosa bruja que era, se fue alejando, del brazo de su galán, hasta perderse en una esquina. Recogí el cuaderno y la lapicera. Ahora sí, estaba completamente solo, como había quedado la protagonista del cuento tras la pelea con su novio.

Inspirado, hice que la chica se alzara de su asiento y buscara en la parte oscura, alejada de las farolas, hasta dar con el escritor que buscaba la soledad para inspirarse. La iba a hacer correr hacia él y ahogarlo con besos, pero me dio algo así como vergüenza y reprimí el impulso, enviándola a otra cama, sola, avergonzada porque su presencia había interrumpido la concreción de una obra cumbre.


SOBRE EL AUTOR

Juan Pablo Goñi Capurro. Escritor argentino, radicado en la ciudad de Olavarría. Ha publicado: "Bollos de papel"; Mis Escritos (Argentina), 2016; "La puerta de Sierras Bayas", Pukiyari Editores, USA 2014. "Mercancía sin retorno", La Verónica Cartonera (España, 2015). "Alejandra" y "Amores, utopías y turbulencias", Dunken (Argentina, 2002). Relatos y poemas en antologías y revistas en Argentina, España, Ecuador, Perú, México y Estados Unidos.

Ganador Premio Novela Corta "La verónica Cartonera" (España), 2015. Ganador concurso internacional microrrelatos Mis escritos 2016. Colaborador en Solo novela negra (relatos). 

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